Sindicación obligatoria, sindicación libre

Parece ser vox populi que los sindicatos hace años que no defienden los intereses de los trabajadores. Y es cierto, pero a medias. Difícil ha de ser intentar imponer condiciones cuando uno se encuentra maniatado. Si te encaras al PSOE, te reduce la subvención, y si te encaras al PP, tienes miedo a que te la suprima. ¿Cómo, pues, plantar cara a la CEOE? Ya que, para colmo, la patronal cuenta con el apoyo -directo  o indirecto- de los políticos, que suelen ser propietarios y/o directivos de un amplio abanico de empresas.

Mi propuesta es sencilla: sindicación libre pero obligatoria. Esto es: obligar al trabajador a afiliarse a un sindicato pero con absoluta libertad de elección. De esta forma se generaría competencia sindical, y el agente social que no represente al trabajador o no defienda de forma fehaciente sus intereses se cambia por otro, para así conseguir que los sindicatos mayoritarios sean los más eficientes.

Casi todos los empresarios acaban afiliados a la CEOE, porque saben sobradamente que es el único organismo que va a sacar las uñas para defender sus intereses. ¿Por qué no pasa lo mismo con los trabajadores? ¿Cómo es posible que CCOO, el sindicato con mayor número de afiliados, cuente tan sólo con 1,2 millones de adscritos cuando en España hay unos 25 millones de personas entre parados y ocupados? La respuesta es sencilla: los trabajadores no confían en la efectividad de los sindicatos. Lo preocupante es que no les falta parte de razón.

Con excusas como la crisis o la flexibilidad laboral estamos permitiendo que se recorten nuestros derechos, que se reduzcan nuestros sueldos, que se abuse con nuestros horarios u que, en definitiva, estemos trabajando más por menos. ¿Y por qué no protestamos? Porque a los sindicatos mayoritarios les falta valor para echarse a la calle y plantar cara al Gobierno. ¿Y por qué no le plantan cara al Gobierno? Porque viven de él, y sería de género tonto echar piedras contra el propio tejado.

Así pues, si la sindicación fuese obligatoria, y los sindicatos se mantuviesen gracias a las cuotas de afiliación y no a las subvenciones públicas, ni los sindicatos serían las meretrices del Gobierno, ni Rosell se creería el dueño de 25 millones de personas. En un mundo plenamente capitalista, lo único que no se guía por el neoliberalismo agresivo es la fuerza madre: el trabajo. ¿A nadie se le ha ocurrido pararse a pensar por qué?

Quizás mi propuesta es meramente capitalista, pues entramos en términos de competencia, oferta y demanda y efectividad, pero creo que ante todo es pragmática: debemos luchar por que no nos quiten lo que ya tenemos, y menos en estos tiempos en los que el Estado del Bienestar se tambalea sobre sí mismo, y en los que la precariedad laboral parecen llevar más a la gratitud que al enojo. Y si la solución en adentrarnos en el sistema para defendernos, pues adelante, porque a este paso la liquidación por despido improcedente será como dice Arturo Fernández Álvarez: 20 días anuales con tiempo máximo de un año. Y al irnos, previa patada en el trasero, daremos las gracias con amplia sonrisa.

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