Hoy publica El País una noticia cuyo titular es «Una menor marroquí se suicida tras ser obligada a casarse con su violador«. A lo largo del texto se puede leer que el Código Penal del antiguo protectorado español, en su artículo 475, «permite al agresor o violador de una menor casarse con su víctima y evitar así el juicio y la probable pena de cárcel».
Estoy absolutamente desconcertada, tanto que ni acierto a definir cómo me siento tras haber leído la noticia. Es realmente bochornoso que un país con una Carta Magna que recoge en su artículo 8 la igualdad del hombre y la mujer ante a la ley permita esta flagrante violación de los derechos fundamentales de la mujer.
Haber leído esta noticia me ha hecho reflexionar sobre el comportamiento que hemos de adoptar respecto a determinadas culturas, especialmente después de que la semana pasada se pudiese leer en los periódicos la investigación que se está llevando a cabo sobre el imán de una mezquita de Terrassa por supuesta incitación a la violencia machista.
Las posturas ideológicas más progresistas siempre han destacado su defensa de las libertades individuales, que análogamente conducen a una tolerancia total hacia las diferentes culturas, -con la exclusión de las doctrinas de ultraderecha (que al promulgar ideologías homófobas, xenófobas, racistas, etc. hacen de su intolerancia un motivo aplicable a su propio ostracismo por el resto de ideologías)-. Pero, ¿qué pasa con las religiones intolerantes?
La libertad de culto en España y el rencor acumulado hacia la Iglesia por la historia inquisitorial que ha regido nuestro país durante siglos ha creado un pseudo imaginario en el que parece que la única religión deleznable es la católica. Y es en este punto donde me detengo a reflexionar. Imaginemos que en lugar del imán de Terrassa hubiese sido el arzobispo de Granada el que incitase a sus fieles a ejercer la violencia machista. Estoy convencida de que el revuelo hubiera sido muchísimo mayor.
En mis constantes ataques dialécticos a la Iglesia católica siempre he defendido a ultranza la libertad de culto, pues más allá de pensar que Dios exista o no, y más allá de creer que mi agnóstica postura es la correcta, el respeto hacia las personas que tienen fe me parece una obligación inexcusable, independientemente de considerar que la institución que los representa es, cuanto menos, una mafia.
Ahora bien, ¿qué pasa con el respeto hacia religiones que no respetan? Porque dentro de lo malo, e independientemente de que los católicos sean o no fieles a los postulados de su libro sagrado, el cristianismo ensalza unos valores humanistas que en su mayoría se han considerado como universales (véase ayudar al prójimo, solidaridad, paz, honradez…). Sin embargo, el Corán recoge explícitamente apartados en los que explica que el hombre es superior a la mujer y cómo puede éste repudiarla, y las lecturas de estos pasajes pueden llevar a una intolerancia tan brutal que, en algunos casos (como el anteriormente citado de Marruecos) un código penal basado en el Islam proteja la violador antes que a la violada.
Después de leer la noticia he hablado con un compañero de trabajo marroquí para preguntarle su opinión, y me ha dicho que en Marruecos, ante este tipo de sucesos (que una mujer tenga que casarse con su agresor sexual), es común culpar a la mujer de prostituta y provocadora exculpando de todo yerro al atacante.
Supongo que habrá muchísimos musulmanes que, al igual que muchísimos católicos, han conseguido adaptar su fe a los tiempos que corren y no se creen a pies juntillas lo que dice su libro sagrado o las lecturas que del mismo hacen sus representantes religiosos, pero creo firmemente que no hay que bajar la guardia respecto a los fundamentalismos integristas, y menos cuando esos fundamentalismos atacan directamente a los derechos humanos de un gran porcentaje de la población mundial. Ante todo, no hay que confundir la tolerancia con la excusación de los comportamientos intolerables, y defender a un violador en detrimento de la víctima no es sólo intolerable, sino que es ignominioso, escandaloso y aberrante.
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